Una taza de café con leche muy caliente y el diario matutino es una buena forma de empezar el día. Pero en los últimos tiempos, esa convicción adquirida, más bien impresa en mi conducta desde hace décadas, ha empezado a tambalearse.
La duda aparece porque a menudo, el periódico quema mis dedos tanto como la taza humeante que me acompaña en la lectura. De entre sus hojas, brota la desolación como la gasolina de un surtidor resquebrajado: terrorismo internacional, corrupción política, manifestaciones injustas, huelgas ilegales, maltrato de género, drogas para niños, burkas para mujeres, economía sustentada en un “cul de sac” más que en una bolsa suculenta…
Paso las hojas con aprensión, apenas inspiro un cierto aire fresco con el chiste del día, cuando a punto de la asfixia intelectual y emocional, caigo en las páginas de fútbol.
¡Ah el fútbol! Esa metáfora de un mundo imperfecto que más bien parece el dios de una nueva religión inconfesa, que un deporte saludable. El fútbol sustenta la antropología del español universal, del patriota por “pelotas”, de la hermandad en los colores, del mártir y el redentor, de la recompensa y el castigo, de la rubia secundaria y el dios en pantalón corto. La utopía de un pueblo elegido para una nueva tierra prometida.
Para colmo, en estas fechas se celebra “el mundial” y cada partido es como un narcótico que paraliza al cosmos. Las calles vacías, las playas sin bañistas, los taxis sin conductor, los cines sin público, los amantes sin besos.
Y yo, catecúmena todavía de esta devoción, novicia en ciernes de esta orden, miro sin ver el corner, se me escapa el penalty, se me olvida la alineación, carezco del grito consolador de un himno esperanzado… y de los jugadores, solo reconozco el color de la camiseta.
Me muestro audaz, digo que no me importa… pero la soledad me amenaza y las vicisitudes se acrecientan cuando las conversaciones empiezan y yo no soy capaz de cumplir el nuevo precepto de la ley: hablar de fútbol.
Yo era de los toros.
De la minoría no minoritaria. De la gloria inmediata y el abucheo imperioso. Del ballet de la capa roja y las manoletinas negras. De Castella y de Ponce. Del valor y del arte, del riesgo y la maestría. De la muerte y la vida.
Pero tal vez deba cambiar. Decía Albert Camus: “Todo lo que sé con mayor certeza sobre la moral, se lo debo al fútbol.”
Así pues, vistos los tiempos y la filosofía, tendré que aprender fútbol. Aunque me rompa el menisco.
¿No creen?
Pues eso.