Compartir en redes sociales   

El beso nos salva

Publicado en Dermactual. Abril 2008; 1: 14.

Sofía y Claudia

Dicen los expertos que sin memoria no podríamos vivir. Y aunque pueda parecer una afirmación algo exagerada, estoy firmemente de acuerdo con ella. ¿Cómo saber lo que es bueno y lo que es malo? ¿Qué elementos de la naturaleza son comestibles? ¿Cuándo y de que forma evitar un peligro previsible? ¿Cómo se monta en bicicleta, se escribe un sobre o se bate un huevo?

No es que sea preciso parecerse a Solomon Shereshevsky, aquel genio mnemonista con una memoria sin límites. Pero está claro que registrar, retener y recordar los hechos, las habilidades, las normas de convivencia mínimas, son tareas imprescindibles para la supervivencia.

Sin embargo, en este nuevo mundo a menudo inhóspito y rudo que es la aldea global profetizada hace décadas por Marshall Mc Luham, y en la que Google es el nuevo dios con sus rezos, sus salmos y sus invocaciones, la memoria, abofeteada primero e inmolada después, está siendo sustituida en gran medida por una buena lista de direcciones de Internet.

Y es que, realmente, casi todo está en la red: el mejor recorrido para un trayecto determinado; el tiempo atmosférico de un lugar al que vamos a viajar; las películas de más actualidad; el asiento que queda libre en el avión de mi próximo destino; la pareja idónea –y tal vez falsa- para una romántica cita a ciegas…

Los médicos tenemos en nuestras bibliotecas menos libros, menos revistas… y menos memoria en nuestra cabeza. Las dosis de los últimos tratamientos, los protocolos de los procesos más comunes, las guías clínicas de los más especializados, los signos diagnósticos de los más excepcionales, se encuentran en segundos apretando una tecla. ¿Para que memorizar entonces? Se hace cierto aquel axioma para vagos: lo importante no es conocer muchos datos, sino tener el teléfono del que los conoce todos. Solo algunos perplejos supervivientes de la nostalgia se inmolan en la contumacia del pasado, y defienden con más heroísmo que eficacia, el clásico estudio ya obsoleto.

Y yo me pregunto: ¿seremos finalmente autómatas súbditos de la informática? ¿Acabará el hombre electrónico integrado en una secta de virtualismo sin censura? ¿Perderemos en este viaje de hielo y soledad la capacidad de comportarnos como humanos, falibles, confusos, equivocados pero ciertos?

No. Nunca.

Nunca mientras exista ese algo insustituible por las máquinas, irreproductible por los programas, inextinguible por los virus informáticos: mientras exista el beso.

Besarse es una de las actividades más bellas y placenteras de la relación humana. Desde el primer momento de la vida hasta el instante de la muerte, el beso nos acompaña. Puede ser un acto social, de comunicación, de entrega, sexual, de afecto, de reconciliación… hasta de traición, como el beso de Judas.

El beso era vida cuando las madres prehistóricas, trituraban la comida con la boca y juntando sus labios a los de su cría, les administraban el alimento en un acto a la vez terrenal y sublime.

El beso largo, profundo, húmedo y arrebatado es el preludio perturbador de la posesión definitiva. Ya dice el refranero: “Mujer besada, mujer entregada”.

El beso es un complemento idóneo a las dietas de adelgazamiento: hasta 12 calorías, por beso intenso y prolongado. Un buen motivo para probar y repetir, aunque existe el riesgo del dulce delirio aritmético -¿besorexia?- que nos lleve multiplicar, mejor que a sumar.

El beso es una medida del cariño. Puede ser que un alexitímico sea remiso al contacto placentero del beso. Pero incluso esos individuos proclives a la misantropía, debilitan su timidez y ensalzan su vehemencia ante un beso sincero y audaz.

Mas debo decirles para ser rigurosa, que el ejercicio de besar tiene riesgos. Puede ser contagioso y adictivo. Y también puede ser objeto de sustracción. Aunque este último inconveniente, tiene tratamiento:

Porque me has dado un beso
riñe tu madre.
Toma tu beso de vuelta, niña,
y dile que calle.

Y ahora, díganme: ¿les he convencido de que el beso nos salva?
Créanlo. Y si la fe no es suficiente, hagan la prueba. Se lo recomienda una experta.
Pues eso.

Aurora Guerra


Puntadas con hilo
© AURORA GUERRA ·

Paseo del General Martínez Campos 13 - 28010 - Madrid - España - WhatsApp 618 518 838 · aurora@auroraguerra.com